No voy a convertirme en una variante de Prometeo y a su vez. Envolver en cenizas la pólvora que antecedió la muerte trágica de Anastasia según una leyenda cristalizada en la ruin seducción de la virilidad congelada en la plaza de clavos rojos. Un muerto de boca floja. Cadáveres exonerados por la tijeras de Átropos. Vivos a medias. El aire quema la liturgia del cartílago. Y yo con tanto fuego por escribirle a la doncella que extraviada está en la nieve. Bicéfala comunista. Ya decidiré yo que hacer con lo que tu hagas de mi destino. Desesperado por que tus caricias lo habiten. Por vivir seduciéndote a cada extraviada hora. Demora. Cansado me detengo sobre tus pasos y vuelvo a imaginar la cíclica conmoción del acto inconsciente que te dibujo sobre el onirismo cosmogónico de una Gorgona ahogada en las venas de mi impropio vértigo. Muerto ya. Ahorcado con el lacio de tu pelo húmedo enredado a su locura. Cefalópodo que batalla misteriosamente con una ternura similar a la expulsada por magnitud sincera de Casiopea sobre la herrumbre del firmamento Ocasional tanto donde el céfiro tiene su nido. Donde la armonía de la naturaleza se entrelaza con el germen dador de candor a las flores encima del ionosférico cerril que le gusta verte dormir sobre el pasto. Los músculos de un dragón color azul cielo se traga las vaporizaciones de las agujas de la sierra. Un caleidoscopio se oxida cuando el sol sale arrastrándose por la punta Este. Se mueve a tu ritmo la primera luz del fin de invierno. Se va contigo la penúltima estación del día. El naranjo desangrándose atrás del horizonte. Tu cuerpo en otra cama. El mío en la que dejaste vacía. Sin tu perfume de azucena matutino. Después de un buen encuentro sexual entre tu mente y mi lengua. Después del auto sacramental que interactúa el humo de tu cigarro con las cortinas de la habitación. Y el vapor de tu cintura desnuda. Besando mis parpados. Incitando a mi razón a perderse entre los rosales que dejan sembrados tus pasos cuando te alejas. Cuando otra suave piel de arena salada abraza tu semblanza y yugo. Exactamente. En esos lares deseo llorar como hambriento para mendigar . Casi rogarles a tus pupilas que me miren. Como se cubren de llagas las mejillas de mi olvido. Porque no miras ¿Por qué no me miras? Sin certeza de saber si me quieres pero mírame frecuentadora de surrealismos éticos de realidad verbal no erosionada en tinta de cognitivas sensaciones astro sicológicas. Pasión impregnada en mi chamarra negra. Beso de mitad de madrugada. Señorita de canciones hipérboles. Regresa a mi periferia. Por favor. Regresa a mi hoguera.
“Dama de pacificas melancolías.”
ResponderEliminarNo voy a convertirme en una variante de Prometeo
y a su vez. Envolver en cenizas la pólvora que
antecedió la muerte trágica de Anastasia según
una leyenda cristalizada en la ruin seducción de
la virilidad congelada en la plaza de clavos rojos.
Un muerto de boca floja. Cadáveres exonerados
por la tijeras de Átropos. Vivos a medias.
El aire quema la liturgia del cartílago. Y yo
con tanto fuego por escribirle a la doncella
que extraviada está en la nieve. Bicéfala comunista.
Ya decidiré yo que hacer con lo que tu hagas de
mi destino. Desesperado por que tus caricias lo habiten.
Por vivir seduciéndote a cada extraviada hora. Demora.
Cansado me detengo sobre tus pasos y vuelvo a imaginar
la cíclica conmoción del acto inconsciente que te dibujo
sobre el onirismo cosmogónico de una Gorgona ahogada
en las venas de mi impropio vértigo. Muerto ya.
Ahorcado con el lacio de tu pelo húmedo enredado
a su locura. Cefalópodo que batalla misteriosamente
con una ternura similar a la expulsada por magnitud
sincera de Casiopea sobre la herrumbre del firmamento
Ocasional tanto donde el céfiro tiene su nido. Donde
la armonía de la naturaleza se entrelaza con el germen
dador de candor a las flores encima del ionosférico
cerril que le gusta verte dormir sobre el pasto.
Los músculos de un dragón color azul cielo se traga
las vaporizaciones de las agujas de la sierra. Un caleidoscopio
se oxida cuando el sol sale arrastrándose por la punta Este.
Se mueve a tu ritmo la primera luz del fin de invierno.
Se va contigo la penúltima estación del día. El naranjo
desangrándose atrás del horizonte. Tu cuerpo en otra cama.
El mío en la que dejaste vacía. Sin tu perfume de azucena matutino.
Después de un buen encuentro sexual entre tu mente y mi lengua.
Después del auto sacramental que interactúa el humo de tu cigarro
con las cortinas de la habitación. Y el vapor de tu cintura desnuda.
Besando mis parpados. Incitando a mi razón a perderse entre los
rosales que dejan sembrados tus pasos cuando te alejas. Cuando
otra suave piel de arena salada abraza tu semblanza y yugo.
Exactamente. En esos lares deseo llorar como hambriento
para mendigar . Casi rogarles a tus pupilas que me miren.
Como se cubren de llagas las mejillas de mi olvido. Porque
no miras ¿Por qué no me miras? Sin certeza de saber si me quieres
pero mírame frecuentadora de surrealismos éticos de realidad
verbal no erosionada en tinta de cognitivas sensaciones
astro sicológicas. Pasión impregnada en mi chamarra negra.
Beso de mitad de madrugada. Señorita de canciones hipérboles.
Regresa a mi periferia. Por favor. Regresa a mi hoguera.
Quetzalex